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Escritura creativa

El Tren De Los Sueños

30 ene 2025

Imagen de las vías de un tren en blanco y negro
Imagen de las vías de un tren en blanco y negro

Un cuento de pandemia

2020, que año…

Parece mentira que ya pasaron 5 años de aquella debacle que alteró prácticamente todo en nuestras vidas, tanto por dentro como por fuera.

Momentos críticos como aquel llevaron a las personas a la introspección.

Cuatro paredes, un techo y un poco de silencio son lo que se necesita para ver la vida hacia delante y hacia atrás con todos los interrogantes juntos.

Esa revolución interna de mente y alma busca manifestarse de alguna manera.

A veces con actos y otras veces con palabras.

Este cuento es uno de varios escritos hechos por mí en esos tiempos.

El tren de los sueños

Lo llamaban “El Tren de los Sueños”.

Hombres sin rostro prometían a los cuatro vientos que, por un precio, este tren podía llevar rápidamente los sueños de las personas a sus respectivos destinos para que se hagan realidad.

Muchos fueron los que creyeron en esto, y entre todos ellos estaba yo.

Fue así como un día de debilidad, deposité mis sueños en ese tren.

Los acomodé bien en sus asientos de camarote, bien resguardados y con llave cerrada para que nadie los tocara.

Bajé del tren y fui al andén a esperar a que el tren salga.

Ahora solo tenía que ir al destino por mi cuenta, y esperar a que mis sueños lleguen.

Pero no llegué a salir del andén que, el tren y toda su formación descarrilaron estrepitosa y violentamente apenas se empezó a mover escasos metros.

Toneladas y toneladas de fría e impiadosa chatarra metálica envolvían a los sueños intactos por la debacle, esperando a sus respectivos dueños para que los tomaran de vuelta.

Cientos y cientos revolvían entre la chatarra para recuperar sus sueños.

Otros tantos, resignados, los dejaban ahí, tirados y abandonados.

Estos sueños huérfanos se descartaban para dar lugar a la limpieza de la chatarra, y preparar otra formación.

Los hombres sin rostro afirmaban con un abrumador y ruidoso poder de convicción que “la próxima sería diferente” y que cada vez que fallaba el tren era por tal o cual razón.

Los más necios simplemente entregaban sus sueños, una y otra vez a este tren que, una y otra vez, descarrilaba y desparramaba sin piedad los sueños de la gente.

Fue a la tercera o cuarta vez de recoger mis sueños de entre los restos del tren que, con la frustración aún encima, noté a escasos metros de distancia una humilde cabaña blanca.

De su chimenea salía un liviano humo blanco con inconfundible olor a leña.

Y en su pórtico se encontraba sentado en un sillón un apacible hombre, joven para la ancianidad, viejo para la juventud, pero con una clara mirada de experiencia que, ahorrando palabras reflejaba en su mirada una ventana a sus pensamientos: la profunda decepción en quienes reincidían en confiar sus sueños a una gran mentira.

Este hombre se dio cuenta de que lo observaba y habló en voz alta.

Indirecta, pero claramente dirigiendo sus palabras hacia mí. “Cuánta porfía...”, dijo tras un sorbo de whisky.

“¿Por qué?” pregunté yo desde mi ridícula y obvia inocencia.

“Porque la verdad es demasiado evidente aún en la desgracia”, dijo antes de beber otro sorbo y poner su vaso en una mesita.

“Los sueños nunca pueden ir más rápido que sus soñadores.

Y mucho menos separarse de ellos.

Por eso el tren no se mueve.

Por el eso el tren jamás saldrá de esa estación.”

“Discúlpeme el atrevimiento, señor, pero... ¿Dónde están sus sueños?”, pregunté atónito frente a lo que dijo.

Sin ninguna duda en su mirada me respondió.

“Los está viendo ahora mismo, joven.

No los ve en la forma que usted conoce porque se realizaron ya hace mucho tiempo, y porque los sueños una vez hechos realidad se ven muy diferentes a lo que uno esperaba al principio.

Muchas leguas tuve que viajar para que eso pasara.”

Mientras terminaba la frase, sirvió otro vaso pequeño con la densa bebida, lo dejó en la mesa y señaló un pequeño banco con la dorsal de la mano en señal de invitación.

Una vez me senté, con todo el desahucio personal encima, y mientras intentaba descifrar el sabor de una bebida completamente extraña, él continuó.

“Son muy locos los sueños.

No se sabe si son verdaderamente creación de uno.

O son parte de algo más grande...

Pero sí sé algo: cuando los sueños son llevados por sus soñadores por el camino de los justos, se nutren entre sí mismos.

Porque tanto los sueños, como los soñadores que van por esa ruta se parecen todos entre sí.

Como hermanos perdidos que se reencuentran.

Por eso es tan importante llevarlos con uno, aunque a veces nos cansemos y nos parezcan pesados.

Este camino es largo, no tiene atajos, no tiene facilidades, y ciertamente no discrimina a nadie que lo transita.

Pero le garantizo, joven, que nunca se quedará sólo por ahí.

Y le digo algo más”...

Cortó para beber otro sorbo de su vaso, y tras unos eternos segundos continuó.

“Las personas más felices en esta Tierra son aquellas que sueñan con ayudar a realizar los sueños de otros.

En ese camino los va a distinguir por su sonrisa eterna, y una luz tan potente que comulga los sueños que llevan consigo, con la persona misma.

Tal vez parezca que no son muchos, pero cuando los encuentre, sabrá que lo son todo en el camino.

Y hasta quizá le contagien esa hambre por servir a la fraternidad universal.”

Con otro sorbo, terminó su vaso y concluyó: “disculpe mis desvaríos, joven, si necesita algo más por favor pídalo”.

Miré nuevamente hacia donde se encontraba la nueva formación de tren esperando salir.

Cientos y cientos seguían depositando sus sueños allí.

Mientras las palabras de aquel hombre resonaban en mi interior, cerré los ojos con fuerza y contuve las amargas lágrimas de frustración, vergüenza y culpa por haber sido tan obstinado.

Tan ciego frente a una colosal y catastrófica mentira.

“Entiendo lo que siente, joven, porque yo también estuve en ese mismo lugar.

Lo noto muy cansado, tal vez quiera descansar un poco.

Cargar sueños puede ser cansador, más cuando se los lleva por los caminos equivocados.

Y por lo que veo, los suyos son grandes.

Si quiere, mi esposa le preparará la habitación de huéspedes.

Tómese el tiempo que necesite.

Y cuando esté listo podrá emprender camino.”

“¿Es usted uno de ellos?” atiné a preguntar con mi anudada voz.

“Muy lejos de eso, mi amigo.

Soy otro peregrino más, igual que usted.

Eso sí, tuve la suerte en su momento de encontrar a uno de Ellos por el camino.

Y hasta el día de hoy recuerdo haber escuchado de su boca que llegaría el día en el cual me encontraría con la gracia divina de cruzarme con un hermano puro de corazón, distraído, pero queriendo realizar su grandeza.

Sus sueños son justos, joven, y creo que ese día que me anunciaron ha llegado.”

2025 © malandra.design - todos los derechos reservados - hecho con ♥️ por martín malandra

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